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Día Mundial del Teatro con los teatros vacíos

El 27 de marzo, se celebra desde 1961 el Día Mundial del Teatro. El Instituto Internacional del Teatro encarga cada año un manifiesto a una figura relevante de la escena de cualquier lugar del mundo. Este texto se lee públicamente ese día en todos los teatros. Este año lo había escrito el dramaturgo paquistaní Shahid NADEEM y se titula El teatro como santuario. (ver la versión completa de su mensaje)

Escribe Shahid: “El teatro tiene un papel, un papel noble, debe dinamizar y hacer avanzar a la humanidad, ayudarla a levantarse antes de que caiga en un abismo. El teatro puede convertir el escenario en un templo, el espacio de actuación, en algo sagrado.”

Este año todos esos escenarios, esos posibles templos, van a estar cerrados. No va a haber representaciones en vivo ni lectura pública del manifiesto.

Desde hace 12 años ARES, la asociación de compañías de teatro de Aragón organizaba una Gala del Teatro. Este año estábamos en plena preparación de la Gala (llevo unos años encargándome del guion) cuando el Estado de Alarma nos obligó, como al resto de actividades escénicas, a suspenderla. En esa Gala se entregan unos premios, se lee el manifiesto… celebramos, en fin, nuestra vida creativa y resistente en los escenarios, esa capacidad para superar la adversidad que ha caracterizado al teatro desde su nacimiento.

Por eso seguimos vivos pese a que, a veces, se nos declare muertos. Por eso vida y muerte son materia con la que construir nuestros espectáculos llevando reflexión social y pálpito humano.

El año pasado la Gala tomó como motivo que había que ser como superhéroes para permanecer en el oficio teatral. Este año el tema iba a ser la Emergencia Climática pero la Pandemia del Coronavirus la truncó así que será este virus y su forma de superarlo quien se convierta en el leit motiv de la próxima Gala.

Desde que la Pandemia se instaló entre nosotros la situación de la cultura en general y del teatro en particular se ha vuelto frágil, casi mortal. Con los teatros cerrados, no quedan ni las calles para convocar al público. Esto genera la desaparición total de los ingresos y la imposibilidad de mantener la actividad. Nos aboca al paro y con ello también a la posibilidad real de que se rompa el vínculo, la relación entre el escenario y su público, una relación que es el cordón umbilical que nos alimenta.

Desde el minuto uno, han surgido iniciativas para tratar de evitar que eso suceda. Compañías y artistas han subido de forma gratuita contenidos, a veces grabados, a veces generados en el momento, con los que trasmitir, por un lado, la solidaridad que el mundo de la cultura tiene para con la sociedad a la que pertenece y a la que quiere trasladar sus reflexiones, pero, por el otro también, como apelación a no romper, e incluso a descubrir, el vínculo necesario entre los creadores artísticos y sus espectadores.

Es una apelación que las mujeres y hombres del teatro sabemos incompleta. Los que vivimos del arte en vivo sabemos que no hay nada que, realmente, pueda sustituir del todo la pulsión que se establece entre el público y los espectáculos que se desarrollan en directo, en un mismo espacio.

Por eso mismo, estamos preocupados por lo que ocurre, pero también por cómo se puede superar este gran vacío cuando la alerta sanitaria comience a disminuir. Cómo volver a ganar la confianza. Cómo volver a recuperar la reunión como lugar ideal para la cultura. Cómo restablecer el vínculo.

Quizás por ello me he acordado de uno de los momentos más importantes en la historia del teatro y su relación con otra pandemia. Me estoy acordando de cómo surgió el cenit del Teatro Isabelino y la obra de William Shakespeare en medio de la peste bubónica que asoló a Europa a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII en varias oleadas.

De hecho, en 1564, el año en que Shakespeare nace, hubo un brote de peste que diezmó la población de Inglaterra, fue un milagro que en estas circunstancias William sobreviviese.

Para cuando en 1592 se declara otra epidemia de peste William lleva unos años en Londres ejerciendo como actor y escribiendo sus primeras obras. En esa época Londres era una ciudad llena de ratas y maloliente. Las aguas fecales eran vertidas directamente al río Támesis.

Los teatros son cerrados durante dos años y el joven William tiene que buscarse la vida. Shakespeare escribe poesía y consigue que el conde Southampton le pague un buen dinero por ellos. También escribe obras de teatro, depura su estilo y regresa con su familia en Stratford. En 1593, Christopher Marlowe, maestro y modelo para William, muere en una pelea.

Cuando, en 1594, los teatros se pueden reabrir, pese a la mala situación del momento, Shakespeare junto a su amigo Burbage y seis colaboradores más fundaron la compañía Los Hombres del Chambelán, levantaron el mítico The Globe y llevaron a cabo la puesta en escena de las obras teatrales que, con razón, se siguen considerando de las más importantes en la historia del teatro.

La peste no había desaparecido del todo, de hecho, regresó varias veces mientras Shakespeare siguió con vida, causando otros periodos de inactividad en el teatro y de creatividad en el estudio del bardo. Pero esas puntuales ausencias no impidieron que el Teatro Isabelino estableciera un vinculo esencial con la sociedad inglesa de la época que lo adoraba. Tampoco que hoy en día sus obras (con referencias a la peste en títulos como Romeo y Julieta) nos sigan llegando con la fuerza y el vínculo con que lo hacen.

Sirva este ejemplo de supervivencia para hacer una llamada a la sociedad y al mundo de la cultura a mantener la llama encendida y el vínculo activo. Cuando esto pase, que pasará, aunque lo haga con el dolor de muchas pérdidas, habrá muchas cosas que queramos seguir contando mirándonos a los ojos.

Hagámoslo también desde el teatro.

En la adversidad del momento, en la incertidumbre por el futuro y en el dolor por la pérdida sigo pidiendo un brindis: Viva el Día Mundial del Teatro.

Alfonso Plou

Dramaturgo

 

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